jueves, 2 de enero de 2014

EL TRIUNFO DE LA CONVIVENCIA

Nelson Mandela por Hugo Porta
El ex Puma y embajador en Sudáfrica recuerda sus encuentros con quien fue un símbolo de la libertad y la reconciliación 

Foto de Alexander Joe/AFP
La primera vez que lo vi me impactó. Recuerdo verlo parado en el medio del despacho del Congreso Nacional Africano –ANC–, en Johannesburgo. Era una persona muy alta, estaba muy bien vestido y nos recibió junto a Ana Lía, mi esposa, con una sonrisa y una simpatía increíbles. El segundo detalle que me marcó fue lo que me dijo: “De ahora en adelante voy a hinchar por el equipo que juegue en contra tuyo, no por tu equipo, como lo hice hasta ahora”. Uno siempre imagina que por una cuestión protocolar la persona que va a visitar algo sabe de uno, pero el comentario fue increíble. Claro, durante años había apoyado a los Pumas cuando se enfrentaban a los Springboks, porque estos representaban al apartheid. Cuando me enteré de su fallecimiento, lo primero que hice fue llamar a mi mujer. Después hice lo mismo con mi hija. Fue una emoción muy grande. Mandela era mi amigo, uno que dejó en el mundo un mensaje de misericordia y convivencia. Fue un líder inmenso. Generó un cambio total en su país. Cuando llegué a tierra sudafricana me encontré con un Mandela combativo y muy firme. Pero cambió rápidamente. Fue después de un viaje que hizo por Europa; volvió más moderado, más negociador, pero siempre un líder con una inteligencia increíble. Una de sus características más interesantes era que siempre sabía escuchar. Así comenzó nuestra relación. Desde ya que el hecho de haber sido deportista, haber jugado en Sudáfrica, me daba una ventaja. No fue fácil vivir en ese tiempo en el país de Madiba. Mi inserción no fue como la de mi familia. Para mi mujer fue especialmente arduo. Porque cuando los chicos, Mariano y Luciana, eligieron los colegios, tenían actividades durante el día. En poco tiempo ya tenían amigos. La que más sufrió fue Ana Lía.

Tampoco podré olvidar el día de su asunción como presidente. Era marzo de 1994. En ese discurso hay cinco palabras que recuerdo siempre: “Never, never and never again” (Nunca, nunca y nunca más). Acá se terminó, acá empezamos de nuevo. Mandela tuvo la inteligencia como para darse cuenta de que sin reconciliación no podía haber democracia. Tuve reuniones oficiales y algunos encuentros privados. Antes de volver a Buenos Aires me invitó a su casa. Me dijo que como éramos amigos me iba a condecorar sin protocolo. Ahí hablamos de las circunstancias que vivían Sudáfrica y el mundo. Él fue siempre muy pro Sur-Sur. Le daba mucha importancia a esa relación y me preguntaba cómo iba el vínculo bilateral en la parte comercial con la Argentina. Pero siempre volvíamos al deporte, sobre todo al boxeo; era un fanático. Estaba convencido de que el deporte podía cambiar al mundo, dar esperanza donde no la había. Mandela decía que a través del deporte lo que podemos hacer es provocar que los chicos que no tienen sueños empiecen a soñar. Una respuesta que para mí lo muestra como era sucedió cuando la selección argentina de fútbol fue a jugar por primera vez al país, en el Ellis Park. Estábamos en el box y se acercaron muchos argentinos con su libro para que se lo firmara. Como no tenía lapicera le ofrecí la mía. Firmó varios ejemplares y cuando me la quiso devolver le dije que era un honor regalársela. Él la miró, era una Montblanc, y me dijo: “¡Es muy cara!”. Le tuve que insistir para que se la quedase, pero me impactó que el presidente de un país, un líder global como Mandela, mirara una lapicera y me dijera que era muy cara. Era tan humilde. Le agradezco a la vida que lo pude conocer pleno y alegre. Fue un privilegio. Estaba convencido de que el deporte podía cambiar el mundo. Mandela decía que a través del deporte lo que podemos provocar es que los chicos que no tienen sueños empiecen a soñar.

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