viernes, 27 de septiembre de 2013

Por qué los niños son así


 Es la gente del mundo que más ama
a sus hijos y mejor tratamiento les hace.
Alvar Núñez Cabeza de Vaca,
Naufragios

Se lamentan algunos de que los niños vengan al mundo sin manual de instrucciones, o de que no se pidan estudios y un título para ser padres. Detrás de estas frases pretendidamente graciosas subyace la peligrosa creencia de que no se puede criar adecuadamente a un niño sin seguir los consejos del experto de turno. En realidad, los padres lo hacen en general bastante bien, como lo han hecho durante millones de años. La mayoría delos errores que cometen no se les ha ocurrido a ellos, sino que provienen de expertos anteriores. Fueron médicos los que recomendaron hace un siglo dar el pecho diez minutos cada cuatro horas, lo que llevó al fracaso casi total de la lactancia. Fueron farmacéuticos los que hace apenas sesenta años vendían «polvos para la dentición» a base de mercurio, sumamente tóxicos, que había que administrar a los bebés para hacerles babear, pues la «baba retenida» causaba graves enfermedades. Fueron médicos y educadores los que hace dos siglos advirtieron que la masturbación «secaba el cerebro», e idearon terribles castigos y complejos aparatos para evitar que los niños se tocasen. Fueron expertos los que hace cinco siglos recomendaban envolver a los niños como momias para que no pudieran gatear, porque tenían que andar como las personas y no arrastrarse por el suelo como animales. Es posible que todos los errores que cometemos al educar a nuestros hijos sean el sedimento de siglos de consejos erróneos de psicólogos, médicos, sacerdotes y hechiceros. ¡Menos mal que los niños no traen instrucciones, menos mal que no nos piden aún el título de padre!

¿Cómo ha de criar la coneja a sus conejitos? Hay una manera muy fácil de averiguarlo: vamos al campo y observamos a cualquier coneja. Todas lo hacen perfectamente, en la mejor forma que sus genes y su entorno permiten hacerlo. No necesitan leer ningún manual de instrucciones; nadie les explica lo que deben hacer. Una coneja que viva en cautividad también cuidará a sus crías perfectamente, lo mejor que le permita su precaria situación. Toda su conducta maternal está controlada por los genes. Pero con los grandes primates no es exactamente así; las gorilas nacidas y criadas en cautividad, sin contacto apenas con otros de su especie, son incapaces de cuidar adecuadamente a sus hijos. Muestran conductas aberrantes que pueden causarla muerte de la cría. En algunos zoológicos han recurrido a poner a las monas jóvenes junto a otras con más experiencia que están criando para que observen; o a pasarles vídeos, o incluso a veces han buscado madres humanas que dieran el pecho y cuidasen a sus hijos varias horas al día delante de la jaula de una gorila embarazada.

¿Y las personas? ¿Cuál es la manera normal de criar a un niño humano? Sólo tenemos que observar a unas cuantas madres que vivan en libertad. Éste es el problema, porque ya no quedan seres humanos «en libertad», es decir, guiándose únicamente por sus instintos y sus imperativos biológicos.

Todos vivimos «en cautividad», es decir, en ambientes artificiales y en el seno de grupos humanos con normas culturales.
Como las monas del zoo, muchas madres actuales parecen haber perdido la capacidad de criar a sus hijos siguiendo sus propios instintos. Dudan, tienen miedo, consultan libros, preguntan a expertos... Incluso se sienten culpables cuando, años después, otro libro u otro experto les dice todo lo contrario.

En Europa, en los últimos doscientos años, la forma de cuidar a los niños ha sufrido cambios radicales, a veces oscilantes, que han afectado a los aspectos más básicos: cuánto tiempo dar el pecho, a qué edad dar otros alimentos, dónde ha de dormir el niño, cómo se le ha de poner a dormir, quién le hade cuidar durante las veinticuatro horas del día, a qué edad puede empezar a ir a una escuela o guardería, cómo vestirlo, dónde ha de jugar, qué normas se le han de inculcar y con qué métodos... Cada generación de padres ha respondido a estas preguntas de forma totalmente distinta, y muchos ya no sabríamos qué responder. ¿Era correcto lo que hacían nuestros bisabuelos? ¿Es correcto lo que hacemos nosotros? O tal vez todo es correcto (y entonces, ¿para qué preocuparse tanto por hacerlo «bien»?). O, peor incluso, a lo mejor tanto nuestros bisabuelos como nosotros nos hemos equivocado, hemos seguido normas arbitrarias de falsos expertos en vez de hacerlo que sería normal para nuestra especie.

Sin duda las madres de hace cien mil años no necesitaban libros y expertos para tomar en cada momento la decisión más acertada; lástima que no estuviéramos allí para verlo. ¿Llevaban a sus hijos en brazos o en un cochecito? ¿Dormían los niños con los padres o en otra habitación? ¿Hasta qué edad les daban el pecho? ¿A qué edad empezaban a caminar? ¿Qué hacían las madres cuando los niños decían palabrotas o se peleaban?
¿Cómo les inculcaban disciplina, cómo les imponían límites?
Jamás lo sabremos. Pero podemos hacer algunas suposiciones lógicas, puesto que no había ni habitaciones ni cochecitos.

Ante la falta de datos sobre nuestros antepasados, sentimos la tentación de fijarnos en los pueblos a los que llamamos «primitivos». Hace muchos, muchos años, cuando yo tenía nueve o diez, leí en un álbum de cromos que los aborígenes australianos jamás pegaban a sus hijos. Aquella frase se marcó en mi cerebro y marcó mi vida. No, mis padres no me pegaban; pero yo no sabía por qué. Pensaba, como muchos niños que leían las aventuras de Zipi y Zape, o escuchaban por la radio las historias de Matilde, Perico y Periquín, que pegar a los niños era lo normal. En cada episodio, Zipi, Zape y Periquín acababan huyendo de sus padres, que les perseguían para pegarles.

El saber que era posible criar a los hijos de otra manera, que toda una civilización había decidido no pegar a los niños, no por casualidad o porque se portaran bien, sino por principio, fue para mí toda una revelación. He dejado un momento el ordenador para ir a buscar aquel álbum que no abría desde hace más de treinta años, pero que cambió mi vida, la de mis hijos y tal vez también, amiga lectora, cambie la de los suyos.

Aquí está la cita exacta:
La vida de los niños australianos es muy agradable, ya que por grandes que sean las dificultades que atraviesa el grupo al que pertenece su familia, ellos reciben la mejor parte de la comida, son tratados siempre con gran cariño por sus padres, que les regañan si hacen travesuras, pero nunca les castigan. ¡Mejor todavía de lo que yo recordaba! No sólo no les pegan, sino que ni siquiera les castigan. No soy ni mucho menos el primero que admira la manera de criar a sus hijos de otros pueblos. En la cita que encabeza este capítulo, cabeza de vaca, soldado y explorador del siglo XVI, no habla de los cultos aztecas ni de los poderosos incas, sino de una tribu de indios desharrapados, pobres, hambrientos y afligidos por las epidemias, que sin embargo acogieron a docenas de españoles llegados en patera a las costas de Florida y, sin pedirles los papeles, compartieron con aquellos emigrantes ilegales europeos lo poco que tenían.

¿Casualidad? Parece que las personas que fueron tratadas con cariño en su infancia se convierten en adultos más pacíficos, más amables, más comprensivos, y también más sanos y más felices. Encontrará amplia información sobre estos efectos a largo plazo del cariño en un libro excelente, Lazos vitales, de Shelley Taylor. Pero, por supuesto, no vamos a tratar con cariño a nuestros hijos «porque así serán más... ». No. Les trataremos con cariño porque les queremos. Si además eso les hace a su vez más cariñosos, pues mejor todavía. Pero les trataríamos con el mismo cariño aunque de mayores fueran a ser antipáticos, porque son nuestros hijos.

Sería un error creer que los «pueblos primitivos» tienen la respuesta, porque no existen pueblos primitivos. Todos los pueblos que existen en la actualidad son, por definición, actuales.
Todos tienen detrás los mismos milenios de historia que nosotros.
Existen centenares de culturas humanas distintas, y cada una tiene su propia forma de criar a sus hijos. En algunos aspectos coinciden casi todas: el niño toma el pecho, su principal cuidadora es su madre, durante los primeros años está en contacto físico con su madre o con otra persona casi todo el tiempo. Es probable que estos aspectos en que casi todos coinciden representen «lo normal», la forma en que los primeros humanos criaban a sus hijos... y, en tal caso, debería preocuparnos que nuestra cultura sea, precisamente, casi la única excepción.

Los Human Relations Área Files (Archivos del Área de Relaciones Humanas) son una organización internacional que agrupa a universidades y centros de investigación en más de 30 países. Intenta recopilar todos los documentos de investigación antropológica que existen, desde libros y revistas hasta notas y escritos que jamás fueron publicados, y dispone de un millón de páginas de información sobre 400 culturas pasadas y presentes. Los documentos relativos a 60 de esas culturas, representativas de los cinco continentes, han sido incluidos en una base de datos electrónica que contiene 200.000 páginas de información.

Unos científicos analizaron con detalle esa base de datos electrónica para comparar la crianza de los niños en 60 culturas humanas (por desgracia, la información es incompleta, y en muchos casos no se dispone de los datos necesarios). En 25 de las 29 culturas para las que se conocía este dato, los niños dormían con la madre o con ambos padres. En 30 de 30 eran transportados a espaldas de su madre. En ninguna, entre las 27 en que constaba el dato, dormía el bebé por la noche en una habitación separada, y sólo en una de 24 estaba en una habitación separada durante el día. En 28 de 29 culturas, el lactante estaba constantemente con otra persona o vigilado. En 48 de 48 se amamantaba a los niños siempre a demanda. En 35 casos había datos sobre la edad habitual del destete: antes del año en dos culturas; entre un año y dos en  siete, entre dos y tres en catorce, y más de tres años en doce.

Casi todos coinciden en lo fundamental; pero en otras costumbres, como el vestido o la alimentación, cada cultura es distinta, y seguro que muchas han encontrado soluciones igualmente correctas. La conducta de los chimpancés es más variada y adaptable que la de los conejos; seguro que la conducta humana es más adaptable aún, seguro que existen muchas maneras distintas de criar bien a un hijo.
Pero también hay costumbres tradicionales de algunas sociedades, como ciertos tatuajes y mutilaciones, que son perjudiciales para el niño. Y seguro que muchas cosas de nuestra cultura, como llevar zapatos o aprender a escribir, son beneficiosas y no tenemos por qué renunciar a ellas. No, la respuesta no es intentar criar a nuestros hijos igual que los bosquimanos o los esquimales.

Así que no va a resultar fácil decidir qué es lo mejor para nuestros hijos, cuál es la manera normal de criar a un ser humano. Tendremos que observar lo que hacen otros mamíferos, sobre todo nuestros parientes los primates. Tendremos que comparar lo que hacen diversas sociedades humanas y elegir aquellas cosas que parezcan funcionar mejor. Tendremos que usar nuestra razón para intentar adivinar cómo vivían nuestros antepasados y por qué los niños son como son.
Sobre todo, tendremos que usar nuestro corazón; mirar a nuestros hijos y pensar en la manera de hacerles felices.

Fuente: Bésame Mucho, Dr. Carlos González, pediatra catalán

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