miércoles, 7 de agosto de 2013

"El acto más hermoso"


Una experiencia única. A 25 años de haber sido madre por primera vez, Rebeca Bortoletto asegura que sus cuatro hijos se disputan el tiempo de lactancia que le dedicó a cada uno.
02/08/2013 00:01 , por Redacción LAVOZ


REBECA BORTOLETTO. (La Voz / Archivo).

El primer embarazo irrumpe en tu vida como un rayo y te instala en una tarea de las más nobles, pero también difíciles: la maternidad

Nadie aprende por boca de otro. Gastás libros, conversaciones, consultas eternas al médico.
Te dan indicaciones, pero lo único verdadero es lo que se siente en el cuerpo cuando esa nueva persona empieza a dar indicios de que crece en tu interior.

Hasta que no prueba, la madre no sabe la importancia que adquiere una alimentación natural. Hoy, después de amamantar a cuatro hijos, creo que es una experiencia única que deseo recomendar y sugerir a quienes serán madres.

Cuando tuve mi primera hija, todavía existían dos corrientes de opinión sobre dar o no la teta al bebé. Era demasiado joven para saber con exactitud cómo moverme para afrontar tamaña responsabilidad.

Fue importante que mi propia madre fuera fanática de la leche materna y así fue que me enseñó algo tan simple como único: generar un espacio entre el bebé y yo, para que el momento de dar de mamar fuera placentero y se estableciera el vínculo con mi primer hijo. Es importante lo que la madre de la madre piensa. Si la abuela tiene claro lo que proporciona la lactancia materna, el camino está allanado.
La madre y el niño construyen su relación desde el primer minuto de vida fuera del útero.

Y es ella quien debe saber que su bebé depende de ella –en todo– para la supervivencia. ¿Cómo se da ese vínculo? Es muy importante alguien que guíe. Un pediatra comprometido que ayude a que la mamá no tenga miedo en probar una y otra vez hasta que el bebé pueda hacer que la leche baje y ya no haya frustración. Hasta que esto suceda, todos refieren una primera vez de llanto, nerviosismo y un sentimiento de “¿podré hacerlo?”.

Pero hay muchas cosas que damos por sobreentendidas, que no han sido conversadas. Ni con el médico, la abuela o las amigas. Menos con el padre.

Todo lo que es natural, va llevando al bebé al crecimiento. El niño tiene paz y la madre tiene paz. No hay tóxicos ni preparados que lo emboten.

Se nota rápido que la criatura va creciendo si no hay enfermedad que lo altere.

Los ojos de uno y otro empiezan un recorrido de alta profundidad y nadie puede quebrar esa sociedad que se funda y dura toda una vida.

Es uno de los momentos más humanos y placenteros que se pueda describir y sólo eso, la mano del hijo buscando el pecho materno, y sus ojos abiertos y concentrados, valen para testimoniar que es el acto más hermoso que uno ha realizado en su vida.

La madre y la cría erigen una sociedad filial, de una vez y para siempre.

La lactancia materna es tan perfecta que no le debe agregar ni quitar nada. Lleva la comida a todas partes. No tiene que calentarla. No sufre alteraciones. Sólo desearla, sólo llevarla a cabo.

Debo decir que tan romántica tarea se complica cuando de dos niños pasamos a tres y de tres a cuatro. El principio es el mismo, pero la madre es una para cuatro personas, cada una de las cuales quiere su cuota parte.

Mis hijos disputan hoy, 25 años después, el tiempo de lactancia que dediqué a cada uno. Daría para escribir un libro las historias que hay detrás: tetas chorreando en medio de programas de radio, o tetas casi explotando por el tiempo sin amamantar cuando retornaba al trabajo tras la licencia, o mi hija menor que me esperaba con devoción, sin probar la mamadera en seis horas.

Hoy pienso que volvería a hacerlo, del mismo modo y más.

Los veo sanos, fuertes y llenos de vida.

Puede que sea la lotería de la salud que les tocó, pero me gusta creer que la teta edificó un edificio de buena raíz.

Den la teta. Háganlo con amor. No se van a arrepentir.

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