miércoles, 14 de agosto de 2013

Días de cosecha: para conocer mejor a los árboles (y a los vecinos)

Me sorprendió gratamente, linda Buenos Aires
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Lunes 12 de agosto de 2013 | Publicado en edición impresa
Ciudad oculta / Diálogo

Una joven alienta a descubrir los árboles de la ciudad y, de paso, a probar sus frutos; la iniciativa, según ella, "fortalece los lazos y enseña a convivir"; pero no todos opinan igual

Por Leonardo Tarifeño  | LA NACION
Foto: Sebastián Dufour

Un día de hace ya dos años, tras visitar a su abuelo en el barrio de Floresta, Ludmila se topó en la vereda con un árbol de mandarinas. Las ramas se doblaban de tan cargadas, y a ella no le costó nada arrancar una de las frutas para probar su sabor. La mandarina le supo deliciosa, dulcísima, y mientras la comía se le ocurrió llevarle varias a su novio. Comenzaba a descolgarlas tranquilamente, cuando oyó que alguien le chistaba desde la casa de enfrente.

"¿Qué hacés, nena? ¡Pará de robar!", le gritó una señora indignada, tras ver que con chistar no ganaba mucho. Ludmila no se dejó intimidar y fue a ver a la señora. Le contó que había sido relevadora del censo de arbolado de 2010 y que estaba a punto de recibirse en Técnica de Producción Vegetal Orgánica en la facultad de Agronomía. También le dijo que no entendía por qué en una ciudad como Buenos Aires, llena de árboles frutales, nadie comía los frutos que, por desidia o simple desconocimiento, finalmente, se desperdiciaban. Y luego se ofreció a cosechar un poco para ella, así ambas podían disfrutar de un árbol tan maravilloso. La señora aceptó el trato y se quedó con una bolsa llena de mandarinas. Ludmila le llevó unas cuantas a su novio y dejó al árbol con muchas más al alcance de cualquiera que pasara por allí.

Desde entonces, cada vez que visita a su abuelo, Ludmila aparece por la casa de la misma vecina de Floresta con una bolsa repleta de frutos. A veces le lleva mandarinas; otras, duraznos o paltas. Depende del árbol que se cruce en su camino, del ciclo de cada uno y de la época del año. Como relevadora del censo descubrió, sobre todo en Devoto y Parque Patricios, que los árboles porteños se encuentran en un estado que ella califica de "bárbaro". Y la historia con la señora y sus mandarinas la hizo pensar. ¿No sería buena idea hacer una web en la que todos supieran qué árboles tienen cerca, cuáles son sus frutos y cuándo se podría cosechar? "Me parecía que, por no saber, la gente se perdía muchas cosas -me dijo Ludmila-. Los frutos se pueden comer y no es difícil cosechar en la ciudad. Además, al conocer mejor a los árboles uno entiende que lo importante es el equilibrio de todo el sistema. Cosechar no es saquear: se hace de manera equilibrada para el árbol, para el vecino y para aquellos que vayan a juntar fruta más adelante."

Ludmila estaba convencida de que una web interactiva podía resultar útil, y así fue como junto con un compañero de trabajo creó "La ciudad nos regala sabores"
 (www.facebook.com/EstaTierraQueSuenoNoTieneDuenosSomosHijosDelSol ), un mapa virtual colaborativo en el que cualquiera puede señalar las veredas donde hay árboles frutales, distinguir las especies y animar a los demás a realizar la correspondiente cosecha. "La idea es difundir conocimiento y evitar el desperdicio de las frutas -explicó Ludmila-. Pero también aprender a convivir. Cosechar implica relacionarse con los vecinos, fortalecer lazos y que todos disfruten de lo que ofrece la ciudad."

En el mapa ( arbolesciudad.com.ar ) ya hay casi 1400 árboles registrados. Limoneros, olivos, ciruelos, durazneros, membrilleros, aguaribay y ginkgo biloba son algunas de las tantísimas especies relevadas, y con un simple clic se puede saber exactamente dónde está cada uno. Al mismo tiempo, para que los interesados aprendan a reconocer los distintos árboles, Ludmila organiza paseos barriales en los que enseña quién es quién en el mundo del arbolado urbano, qué cuidado necesitan las distintas especies, cuándo están en flor, en qué e poca maduran y cuáles son sus frutos. La próxima salida será el sábado 31 en la plaza Monte Castro de Floresta, muy cerca de donde empezó todo, y la convocatoria en Facebook ya sumó a más de 150 interesados.

Para confirmar que la información del mapa sea la correcta, fui al barrio de Colegiales dispuesto a reconocer alguno de los árboles de cítricos registrados entre el 1000 y el 1500 de la calle Conde. Alentado por cierto ánimo explorador, comparé las fotos de árboles y frutos que Ludmila subió a su página de Facebook con lo que me ofrecía el paisaje. En apenas cinco calles había encontrado limoneros, naranjos y mandarinos, y me impresionó darme cuenta de que, si hubiera paseado por allí sin la brújula virtual, jamás les hubiera prestado atención.

En uno de ellos, el peso de las frutas doblaba las ramas. No me costó nada arrancar una y probar su sabor. Mientras la comía, una vecina que lavaba la vereda de enfrente me miró mal y se acercó con cara de pocos amigos. La mandarina estaba deliciosa, dulcísima.

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